Estos cinco años como voluntaria no los cambiaría por nada. Es una experiencia inolvidable y enriquecedora.

Mi idea de un niño hospitalizado era errónea: me los imaginaba convalecientes, tristes y doloridos. Ese era especialmente mi temor. Cuál fue mi sorpresa al descubrir la capacidad de adaptación que tienen, en general, ante la enfermedad. Los niñ@s que he atendido hasta ahora, en su mayoría, se han mostrado como son normalmente: niños deseosos de jugar y de romper la rutina de estar en un sitio en donde no pueden hacer su vida habitual.

Lidia junto al su equipo de voluntariado
Recuerdo al primer niño que atendí: Alejandro. Juntos hicimos una máscara para Halloween. Después me pidió que dibujara a un jugador de fútbol, entre risas y ante mi poca destreza artística, llegamos a un acuerdo y terminé dibujándole el escudo de su equipo de fútbol favorito. De esta forma tan sencilla logramos conectar y pasar una mañana divertida.

En otra ocasión estuve con otro niño en su habitación, esta vez estaba recién operado pero quiso hacer la actividad. La idea era dibujar un animal salvaje. Él dibujó un mono y después se sintió mareado. Avisé a la enfermera y después de examinarlo quiso continuar conmigo, aunque esta vez fui yo la que completó su dibujo dibujando una selva. Seguí sus instrucciones haciéndole partícipe de todo. Cuando acabamos mostró orgulloso su dibujo a su hermano mayor y al resto de su familia.

Ya no es sólo el compartir ese espacio con los niños pasando momentos maravillosos e inolvidables, sino que además ayudamos a que los padres o cuidadores tengan un tiempo de descanso de lo que supone la preocupación por el niño y el deseo de su pronta recuperación y regreso a la vida normalizada. En ese sentido siempre nos han recibido con una sonrisa y muy agradecidos. Tanto ellos como los niños que casi saltaban de la cama cuando nos veían aparecer por allí.

Otra anécdota fue en el aula hospitalaria que el Hospital Virgen de la Arrixaca nos cede para estar con los niños. En esta ocasión entró un niño bastante enfadado, llegó incluso a insultar a la voluntaria que estaba con él ayudándole a hacer la actividad. Yo, como coordinadora del grupo de voluntariado en ese momento, le dije que en ese espacio que compartíamos no nos hablábamos así, sino con buenas palabras. Y por el momento no le presté más atención. Cuando faltaba media hora para acabar, sustituí a mi compañera y me puse al lado del chaval. Lo primero que hice fue interesarme por lo que estaba haciendo y preguntarle si podía ayudarle en algo. Terminamos charlando acerca de su enfado, de cómo nos sentimos en momentos difíciles, de la necesidad de cuidarse y controlarse en momentos de ira, puesto que puede hacerse daño o hacer daño a otros sin querer, y de lo importante que es el tener a veces con quién hablar cuando se siente así. La manera en cómo se fue al salir del aula fue espectacular: sonriente, relajado y agradecido por haber tenido un momento en el que fue atendido respetando su espacio y sus sentimientos. 
Lidia leyendo un cuento a un niño hospitalizado
En muchas ocasiones, los voluntarios estamos tan preocupados porque la manualidad salga perfecta que nos olvidamos de mirarla desde el punto de vista del niño. Lo sencillo se vuelve la mejor forma de colaborar, siguiendo sus gustos, e incluso instrucciones cuando no pueden hacerlo por sí mismos, para hacerles partícipes. Así acabamos dibujando gatos de color rosa o perros con cinco patas…pero de una manera casi mágica volvemos por unos minutos a nuestra propia infancia donde todo es posible con la ayuda de la imaginación.
Todas estas experiencias no habrían sido posible si no hubiera formado parte del equipo de Fundación FADE, a quien agradezco infinitamente el haberme dado la oportunidad de colaborar en lo que ha sido mi primera experiencia como voluntaria y más adelante siendo coordinadora del grupo de voluntariado, durante estos cinco años y que no cambiaría por nada. Es una experiencia inolvidable y enriquecedora.

Lidia López, voluntaria en el Hospital Virgen de la Arrixaca

Comentarios