Hace
un par de años iba paseando por la Catedral cuando observé a un grupo de mayores
acompañados por unas personas con "chalecos rojos". La escena captó inmediatamente
mi atención y me interesé por ellos. Así fue como conocí la Fundación FADE y me
metí en el maravilloso universo del voluntariado.
Llevo
desde aquel entonces trabajando como voluntario con niños en el colegio San Andrés. Ese
había sido mi primer y hasta el momento único contacto con este mundo. Siempre tuve
ganas de probar otro tipo de voluntariado, así que cuando llegó el correo
pidiendo gente para acompañar a los ancianos del Centro de Día Siervas de Jesús
en el paseo hasta la Catedral de Murcia (con la visita a la Virgen de la
Fuensanta incluida), no lo dudé y me apunté.
El día indicado llegué al Centro de Día sobre las 9:30 de la mañana y lo primero que vi (aparte de muchos voluntarios con los ya famosos chalecos rojos) fue a un gran grupo de mayores con caras de ilusión y expectación; se notaba que tenían ganas de recorrer el itinerario. Una vez que estuvimos todos, nos asignaron a cada uno un anciano al que acompañaríamos durante el camino. A mí me tocó Juan Antonio, un señor del que no conocía nada, pero del que pronto sabría mucho, y con el que entablaría una corta pero entrañable amistad.
A continuación pusimos rumbo a la Catedral y empezamos a conversar con los que serían nuestros compañeros de viaje durante el trayecto. Enseguida supe que Juan Antonio era canario, que fue un estricto profesor de matemáticas y que llevaba muchos años viviendo en Murcia porque sus hijos trabajaban aquí. El dato acerca de su ciudad de origen y mi pasión por el fútbol me animaron a preguntarle por Las Palmas y su buen inicio de liga. Juan (me dijo que lo llamase así) compartía mi afición,y eso hizo que conectásemos pronto y tuviésemos una agradable charla. De repente, miré a mi alrededor: mis compañeros también dialogaban alegremente con los mayores que les habían asignado; ellos tenían ganas de hablar y nosotros de escuchar. Hicimos una parada en Santo Domingo para esperar al resto del grupo y nos encaminamos hacia la Catedral, donde estaba La Morenica.
Al llegar allí, los rostros de ilusión aumentaron. Algunos de los ancianos simplemente querían disfrutar de la salida (como era el caso de Juan), pero unos cuantos tenían muchas ganas de ver a la patrona de Murcia. Por ejemplo, recuerdo a una señora que había estado algo callada durante el camino, pero que al ver a La Morenica le susurró un "guapa, guapa y guapa" visiblemente emocionada que nos hizo sonreír a todos los que la rodeábamos.
Una vez finalizada la visita, nos dirigimos al Centro de Día. Al pasar por Trapería éramos ya un cúmulo de chalecos rojos con caras sonrientes y la gente nos miraba con curiosidad. Espero que alguno de esos viandantes acabe descubriendo el voluntariado como me ocurrió a mí.
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Foto de grupo de voluntarios y mayores en la plaza de la Catedral |
El día indicado llegué al Centro de Día sobre las 9:30 de la mañana y lo primero que vi (aparte de muchos voluntarios con los ya famosos chalecos rojos) fue a un gran grupo de mayores con caras de ilusión y expectación; se notaba que tenían ganas de recorrer el itinerario. Una vez que estuvimos todos, nos asignaron a cada uno un anciano al que acompañaríamos durante el camino. A mí me tocó Juan Antonio, un señor del que no conocía nada, pero del que pronto sabría mucho, y con el que entablaría una corta pero entrañable amistad.
A continuación pusimos rumbo a la Catedral y empezamos a conversar con los que serían nuestros compañeros de viaje durante el trayecto. Enseguida supe que Juan Antonio era canario, que fue un estricto profesor de matemáticas y que llevaba muchos años viviendo en Murcia porque sus hijos trabajaban aquí. El dato acerca de su ciudad de origen y mi pasión por el fútbol me animaron a preguntarle por Las Palmas y su buen inicio de liga. Juan (me dijo que lo llamase así) compartía mi afición,y eso hizo que conectásemos pronto y tuviésemos una agradable charla. De repente, miré a mi alrededor: mis compañeros también dialogaban alegremente con los mayores que les habían asignado; ellos tenían ganas de hablar y nosotros de escuchar. Hicimos una parada en Santo Domingo para esperar al resto del grupo y nos encaminamos hacia la Catedral, donde estaba La Morenica.
Al llegar allí, los rostros de ilusión aumentaron. Algunos de los ancianos simplemente querían disfrutar de la salida (como era el caso de Juan), pero unos cuantos tenían muchas ganas de ver a la patrona de Murcia. Por ejemplo, recuerdo a una señora que había estado algo callada durante el camino, pero que al ver a La Morenica le susurró un "guapa, guapa y guapa" visiblemente emocionada que nos hizo sonreír a todos los que la rodeábamos.
Una vez finalizada la visita, nos dirigimos al Centro de Día. Al pasar por Trapería éramos ya un cúmulo de chalecos rojos con caras sonrientes y la gente nos miraba con curiosidad. Espero que alguno de esos viandantes acabe descubriendo el voluntariado como me ocurrió a mí.
Al arribar a nuestro destino, a
los mayores les esperaba la comida y a nosotros un aperitivo preparado por las
trabajadoras del centro. Luego me despedí de Juan, y así concluyó un día
especial en el que pude disfrutar de un agradable viaje con una gran compañía. Una
vez más volví a darme cuenta que hace falta dar muy poco para recibir mucho, y
que ese poco que damos supone una gran diferencia para quien lo recibe.
Feli
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